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lunes, 25 de agosto de 2014

Por pura casualidad


"La mayor parte de las cosas importantes son fruto de la casualidad. También lo fue conocernos. Te recuerdo con las otras gafas, esa barba de tres días y tu sudadera roja, la que me pusiste por encima al acompañarme a casa. Claro que no estaba previsto que yo sufriera ese pequeño accidente ni que tú estuvieras justo en ese mostrador y a esa misma hora.
Siempre nos ha gustado bromear con ello, a pesar de que han pasado más de cinco años, y que hace cuatro que tomamos la decisión de irnos a vivir los tres juntos.
Conforme te escribo, se agolpan en mi mente todos los detalles. Me pregunto si el hecho de que te ascendieran en el trabajo y nos mudásemos al interior, desencadenó todo lo que vino después. Posiblemente… porque entonces fue cuando solicitamos el traslado del corto expediente académico de mi hijo Rober para que cursara tercero de primaria en el Colegio San Agustín, donde conocí a Gabriela, y las otras madres de los compañeros de su clase. Posiblemente, si no hubiera cerrado mi empresa, nunca habría intimado con ella, ni hubiéramos llegado a salir los cuatro a cenar, ni se hubiera convertido, en estos últimos tres años, en mi mejor amiga.
Podría poner más ejemplos para convencerte de que tú y yo hemos continuado juntos por pura casualidad.
Sin ir más lejos… el azar quiso que ayer mi coche se averiase, justo al lado de la Plaza de Castilla. Viniste a buscarme con tu impecable Lancia, y recuerdo que te comenté que justo a esta hora, hoy mismo por la tarde tenía algo muy importante, algo señalado en rojo en el calendario de la cocina desde hacía un mes… El destino quiso que sonara tu teléfono en ese instante y no me preguntaras dónde tenía que ir, tan sólo a última hora te lamentaste por no poder llevarme, porque qué casualidad… tú tenías un viaje relámpago de una noche programado para cerrar un importante trato con un cliente. Sabes que odio cruzar la ciudad en transporte urbano, nunca llegan a tiempo. La providencia quiso que a pesar de mi sprint final hacia la parada, el autobús C1 siguiese su camino sin mí y no me quedase otra alternativa que parar un taxi.
La mayoría de los taxistas son honestos, y de nuevo es cuestión de azar que te toque uno que no lo sea, que elija la ruta con más semáforos o lo más larga posible para engordar el importe de la carrera. Durante el largo recorrido, caí en la cuenta de que la propia Gabriela el día anterior me había metido en el bolso el último número de la revista en la que había escrito un artículo sobre el embarazo a partir de los cuarenta. Pensaba contártelo esta misma noche, después de la visita al ginecólogo privado al que me dirigía en el taxi. Pero la casualidad quiso que me desconcentrase en ese párrafo de la página 12, justo en el preciso momento que el taxista decidía acelerar en un semáforo ámbar. Puede que aquello fuese cuestión de milésimas de segundo. Es posible que de no haber tomado esa determinación, ni me hubiese dado cuenta de que pasábamos por la calle donde vive Gabriela. Pero tenía en mi mano la revista y aunque deseaba seguir leyendo, el azar quiso que levantase ligeramente la vista justo en el instante en que alguien atravesaba el umbral de su portal, con un trolley de fin de semana idéntico al tuyo.
¿Lo ves? Al final, todo se reduce a un cúmulo de casualidades.
Podía no haber levantado la vista y haber seguido mi camino sin descubrir nunca que ese atractivo tipo que entraba con un trolley gris ceniza en casa de mi mejor amiga era mi marido. Podía haber salido cinco minutos antes de casa y haber tomado el autobús, y no pasar en ese preciso momento por casa de Gabriela. Podía haber tenido la fortuna de que me llevase un taxista honesto y prudente que respeta los semáforos en ámbar.
Y si esto hubiera sucedido, durante el desayuno de mañana no te hubieras encontrado nunca con esta carta. Yo no estaría a kilómetros de distancia y te hubiera esperado para desayunar después de tu viaje para darte la esperada noticia, después de tanto tiempo, por fin…vas a ser papá. ¡Enhorabuena!"
Sylvia Martín.

Foto: "La mayor parte de las cosas importantes son fruto de la casualidad. También lo fue conocernos. Te recuerdo con las otras gafas, esa barba de tres días y tu sudadera roja, la que me pusiste por encima al acompañarme a casa. Claro que no estaba previsto que yo sufriera ese pequeño accidente ni que tú estuvieras justo en ese mostrador y a esa misma hora. 
Siempre nos ha gustado bromear con ello, a pesar de que han pasado más de cinco años, y que hace cuatro que tomamos la decisión de irnos a vivir los tres juntos. 
Conforme te escribo, se agolpan en mi mente todos los detalles. Me pregunto si el hecho de que te ascendieran en el trabajo y nos mudásemos al interior, desencadenó todo lo que vino después. Posiblemente… porque entonces fue cuando solicitamos el traslado del corto expediente académico de mi hijo Rober para que cursara tercero de primaria en el Colegio San Agustín, donde conocí a Gabriela, y las otras madres de los compañeros de su clase. Posiblemente, si no hubiera cerrado mi empresa, nunca habría intimado con ella, ni hubiéramos llegado a salir los cuatro a cenar, ni se hubiera convertido, en estos últimos tres años, en mi mejor amiga. 
Podría poner más ejemplos para convencerte de que tú y yo hemos continuado juntos por pura casualidad. 
Sin ir más lejos… el azar quiso que ayer mi coche se averiase, justo al lado de la Plaza de Castilla. Viniste a buscarme con tu impecable Lancia, y recuerdo que te comenté que justo a esta hora, hoy mismo por la tarde tenía algo muy importante, algo señalado en rojo en el calendario de la cocina desde hacía un mes… El destino quiso que sonara tu teléfono en ese instante y no me preguntaras dónde tenía que ir, tan sólo a última hora te lamentaste por no poder llevarme, porque qué casualidad… tú tenías un viaje relámpago de una noche programado para cerrar un importante trato con un cliente. Sabes que odio cruzar la ciudad en transporte urbano, nunca llegan a tiempo. La providencia quiso que a pesar de mi sprint final hacia la parada, el autobús C1 siguiese su camino sin mí y no me quedase otra alternativa que parar un taxi.
La mayoría de los taxistas son honestos, y de nuevo es cuestión de azar que te toque uno que no lo sea, que elija la ruta con más semáforos o lo más larga posible para engordar el importe de la carrera. Durante el largo recorrido, caí en la cuenta de que la propia Gabriela el día anterior me había metido en el bolso el último número de la revista en la que había escrito un artículo sobre el embarazo a partir de los cuarenta. Pensaba contártelo esta misma noche, después de la visita al ginecólogo privado al que me dirigía en el taxi. Pero la casualidad quiso que me desconcentrase en ese párrafo de la página 12, justo en el preciso momento que el taxista decidía acelerar en un semáforo ámbar. Puede que aquello fuese cuestión de milésimas de segundo. Es posible que de no haber tomado esa determinación, ni me hubiese dado cuenta de que pasábamos por la calle donde vive Gabriela. Pero tenía en mi mano la revista y aunque deseaba seguir leyendo, el azar quiso que levantase ligeramente la vista justo en el instante en que alguien atravesaba el umbral de su portal, con un trolley de fin de semana idéntico al tuyo. 
¿Lo ves? Al final, todo se reduce a un cúmulo de casualidades. 
Podía no haber levantado la vista y haber seguido mi camino sin descubrir nunca que ese atractivo tipo que entraba con un trolley gris ceniza en casa de mi mejor amiga era mi marido. Podía haber salido cinco minutos antes de casa y haber tomado el autobús, y no pasar en ese preciso momento por casa de Gabriela. Podía haber tenido la fortuna de que me llevase un taxista honesto y prudente que respeta los semáforos en ámbar. 
Y si esto hubiera sucedido, durante el desayuno de mañana no te hubieras encontrado nunca con esta carta. Yo no estaría a kilómetros de distancia y te hubiera esperado para desayunar después de tu viaje para darte la esperada noticia, después de tanto tiempo, por fin…vas a ser papá. ¡Enhorabuena!"
Sylvia Martín.

1 comentario:

  1. Me encanta, por que como dices, efectivamente todo es fruto de la casualidad. Un cúmulo de circunstancias no sé si adversas o favorables... el asunto es que es así como suelen suceder las cosas. Me ha gustado mucho tu relato.

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