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domingo, 13 de mayo de 2012

SOPA DE LETRAS







Sopa de letras.


No me gustaba nada la idea de trabajar para otros, después de veinte años llevando mi propio restaurante, pero después de casi un año en la cuerda floja, me vi en casa oyendo los debates y ojeando los clasificados de la voz de Donosti.
No sabría decir lo que más me llamó la atención de ese anuncio, si el hecho de que pidieran un cocinero sin experiencia en cocina vasca o el requisito indispensable de una aceptable cultura literaria.

La oferta añadía incorporación inmediata y así es como pasó.

A la mañana siguiente, después de las presentaciones precisas, ya me estaba colocando el delantal más extraño que he visto en mi vida: con el dibujo de un crucigrama gigante, cuando el metre me ordenó que me lo quitase y saliese al comedor para sentarme en una mesa, como un comensal más.

Observa y no pierdas detalle.- me dijo.

Obedecí sin entender lo que estaba pasando allí, por supuesto. Me puse a mirar la calle por la cristalera. Desde luego, razón no le faltaba a la página web que había consultado esa misma mañana: el prestigioso restaurante se encuentra en un punto estratégico, entre la calle Pensamiento y Libertad... justo enfrente de la Universidad de Los poetas...o sea, el sitio: cojonudo.

Alrededor de la una y media, aparecieron los primeros clientes a los que más tarde seguirían muchos otros. El camarero más alto me miró, hizo un guiño y los acompañó a la mesa más próxima. Adrede, supongo, para que no me perdiera detalle.

Les observé unos segundos. El de mi derecha parecía realmente hambriento, y en cambio, su acompañante pasaba las páginas del menú, de delante a atrás y de atrás a adelante, sin acabar de decidirse.

Pasados los minutos de rigor, el camarero se atusó la pajarita y se colocó al lado de la mesa.

Puedo aconsejarle unas sugerencias de la casa.- insinuó.

Apenas levantó la vista un instante, la cruzó con su amigo, que parecía demasiado ocupado en atinar a colocarse la punta de la servilleta por dentro del cuello de su camisa de rayas.

Si no tiene mucho apetito, me atrevería a sugerirle unas frases sin sentido como primer plato.

No las he probado, y realmente apenas tengo hambre.

Le aseguro que no llenan, en absoluto.- auguró el camarero.

Resopló sin mucha convicción y lanzó una mirada suplicante al otro comensal. Yo no daba crédito a mis oídos, y comencé a mirar hacia los lados estúpidamente, por si me estaban filmando con una cámara oculta.

¿Qué vas a pedir tú, Patxi?

Para empezar, un octosílabo poco hecho. De segundo, soneto de Quevedo en su jugo.

Buena elección, señor, un octosílabo en su punto- anotó.- ¿lo quiere sin acompañamiento?

No sabría decirle, porque lo he degustado con unas cuantas sinalefas, y me sentó bastante bien.

En mi humilde opinión- manifestó el locuaz camarero- el octosílabo en su punto y con unas sinalefas variadas, es lo más acertado. De hecho, hay sitios en los que lo sirven con hiatos en abundancia, pero suele acabar repitiendo en exceso...

Y que lo diga, Usted si que sabe, a mi me producen ardores... ¿Ya has pensado, Ferrán?- preguntó dirigiéndose al compañero que seguía pasando páginas del menú.

El mozo les miraba de reojo, aparentando no tener prisa, pero ya veía yo que acababan de ocupar las últimas dos mesas de la esquina.

Ummm... si no tienes mucho apetito hoy, puedes abrir boca con una sopa de letras o unas greguerías sin más... - intentó ayudar el tragaldabas- y de segundo, un microrrelato sencillo... es lo más digestivo, a mi parecer...

No sabe cuánto lo siento, se me han terminado los microrrelatos, pero en su lugar, le puedo servir un par de pareados, especialidad de la casa.

Asintió con firmeza, cerrando la carta y entregándole el menú.

¿Qué beberán?

Umm... una botella de silencio del 84.

Perfecto, caballeros.






SYLVIA MARTIN

Curso de Escritura Creativa

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